Pues aunque ustedes no lo crean, yo tengo cuatro, ¡Si! cuatro. Según tengo entendido, mis papás buscaban un niño y cada resultado del intento, nacía otra niña. Para nuestra suerte, fuimos cinco.
En nuestra infancia nosotras nunca necesitamos compañeritas de juego, siempre había una hermana al lado para jugar; en nuestra adolescencia, éramos excelentes compañeras para salir, pues solo nos dejaban llegar a las 10 p.m. a más tardar, así que, no necesitábamos justificarnos con otras amigas que nuestros permisos eran restringidos.
En nuestra casa sobraba la ropa, pues si te aburría la tuya, seguro en el closet encontrarías una perfecta con qué combinar, aunque al llegar, los reclamos empezaban al abrir la puerta. Usábamos todas casi la misma talla.
Tenemos variedad, la hermana responsable de todas, que siempre quería ser el papá, la hermana sensible, a la que todas queríamos cuidar, la bonita, frágil, pero si se enojaba ¡Cuidado! No faltaba la rockera, súper alivianada, alta, atractiva, que era nuestra gurú de la moda y al final la bebé, nuestra hermanita menor a quien vemos como la perfección encarnada, es hija de todas, responsabilidad de todas. Y yo...que platiquen ellas lo que piensan de mí, es lo bueno de ser yo la que escribe.
Con los años nos volvimos almas gemelas, buscamos el menor motivo para vernos, ¡Procuramos que no nos falte el Karaoke! Nuestros hijos llevan una relación tan estrecha como la nuestra, lo que nos hace una familia muégano. Los sacrificios que hicimos juntas para salir adelante, nos crearon una unión difícil de explicar, pero bastante tangible.
Mis padres quizás no nos heredarán bienes, pero nos regalaron el amor invaluable de hermanas, su compañía, su usual presencia, las reuniones cotidianas en nuestro grupo de Facebook. Sigo teniendo con quien llorar y reír en cada evento de mi vida.
Anabel, Aracely, Laura y Gladys...son el mejor regalo que pude haber recibido.